Caían los párpados de las ranas, el mareado escorpión, mosaicos suturados a los pies, y de un invento no queríamos oír sino gritar hacia el silencio del hastío herido, y las manos azuladas recorrían la recámara, de los sesos oblicuos, y mis robados sepulcros de mis yoohs pasados, desesperas al tratar de entender. Oh dijimos al partir, sin temor ni despedidas, nuestros huesos no lloran.
Cántame la caída de la lluvia o dame un poco de tu arena ancestral. ¿Aún debemos?
Y teníamos once dedos en el sueño y yo lo cortaba para tí
Y teníamos tres ojos y yo lo liberaba para tí
Teníamos una vida y yo morí.
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